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La leyenda del Cañón del Indio

viernes, 18 de abril de 2025 14:01

   Esta historia no es historia y, sin embargo, desde hace siglos se acuna en la memoria de los antiguos pueblos del noroeste argentino…

   Por entonces, en Piamwalá, extenso poblado de las estribaciones occidentales de la actual Catamarca, cierta tarde, habría regresado corriendo desde Batungasta, un joven guerrero llamado Hakán.

   Dicen que Huayra sopló fuerte, muy fuerte aquel día y que de su pecho brotaba un grito, inquieto y lúgubre:

   -¡Shiiiihjihhhuuuussssjs! ¡Únicamente el zonda podía igualarlo!

   Nadie olvida que, al oírlo, los nativos, la jauría y hasta las pretéritas “rumis”, hubieron de atemorizarse. Hakán, exhausto y tembloroso, (distante del alborozado y temerario arquero pretendido por las más hermosas doncellas del pueblo) habría de derrumbarse a la entrada del camino principal. Extenuado, vociferaría a los cuatro rumbos, amilanado y tremebundo:

   -¡Ahí vienen, ahí vienen para esclavizarnos! Poseen pechos de plata y filos de muerte…

Dicen que ante las palabras del joven el pueblo todo habría de observarlo con perplejidad: el temor, el más temido de todos, como  cierta vez presagiara el viejo chamán, parecía a punto de cumplirse.

Inmediatamente se dio la señal de alerta. Entre lágrimas y con un nudo en la garganta hombres y mujeres apiñaron niños y ancianos, embolsaron algarroba, maíz y todo cuanto pudieran, además de puyos y uno que otro viejo mortero…

   El sinchi Sayani, admirado por su valor y nobleza, fue quien organizó rápidamente la marcha junto a Urpi, su leal esposa; ella cargaría a la pequeña “Killay”, la hija de ambos, y también el costal con flechas.

   Debían alcanzar las estribaciones del Guanchín cuánto antes. Las rumis, cinceladas por sus propias manos, los verían marchar, enmudecidas y mustias, bajo las estrellas que conducían el paso de la muchedumbre, en tan impensado destierro. Se cuenta que hasta Wayra los acompañó. Hacia el sur, los invasores, cuales mortíferas y relumbrosas serpientes al acecho, no dejaban de agitarse; los gritos de los cautivos eran uno solo y el chasquido de los látigos y clamores se elevaban por encima de los ensombrecidos cerros circundantes.

    Durante la marcha, Hakán, cual insigne guerrero y vasallo del sayani, hubo de disponerse a su diestra. Ambos llevaban lanzas, arcos y flechas, aunque sabían que los pechos de plata disponían de feroces aparatos de truenos, y también de bestias formidables, cuyos ojos relampagueantes, asustaban de solo verlos. Las bestias superaban cualquier resistencia y se movían a paso de suris.

   -Los pechos de plata reían mientras acuchillaban a nuestros hermanos, insistiría Hakán, con el rostro desencajado.

   Al oírlo, los ancianos detenidos a descansar, expusieron ante Sayani que preferían el filo de las espadas enemigas que a seguir retardando la marcha.  

    -¡Sinchi!, solo de esa manera los niños y las mujeres tendrán oportunidad de sobrevivir, aseguran que señaló el anciano Atuk, el más viejo de todos los viejos. Pero ni Urpi, ni sinchi Sayani, ni siquiera el audaz Hakán, habrían de aceptar semejante determinación aquella noche última, la más oscura de todas, en que la gran estrella (seguramente Antaguara), les marcaría el pasaje.

     -Ya no habrá “Tupac”, ni “cusi”, ni “suyana”, murmuraban entristecidos los ancianos. Tal vez fuese esa la razón por la que desde las penumbras, Sayani, se enderezaría de un salto como tigre embravecido para ordenar a los ancianos que callasen, que asustaban a los niños, que un fiambalao no se rendiría…

   Al parecer, en aquellos instantes de incertidumbre, Wayra, volvería a presentarse:

  – ¡Shiiiihjihhhuuuussssjs!  

  Ciertamente, Wayra, desesperado por el avance del enemigo, trepaba y descendía, frenético, por las laderas:

  -“¡No se detengan, fiambalaos, los pechos de plata no tendrán piedad; la hueste se acerca con sus sanguinarios perros de caza!”

      Ante la desazón “yuria” emergería, mientras Sayani, angustiado por el destino de su gente, humedecía las atribuladas manos en las heladas aguas del Guanchín.  Blandió la lanza y levantó orgullosamente la cabeza. Fue entonces, afirman: con la mirada esparcida en las alturas y al amparo del resplandor de “Killay”, cuando brotaría de labios del cacique aquella invocación excelsa:

     -¡Nuna Inti Pachamama! Y nuevamente: ¡Nuna Inti Pachamama! El grito repiquetearía entre las milenarias paredes, hasta escurrirse entre las grietas y agonizar en las oquedades insondables. Sus dioses parecían haberlos abandonado…

      Cuando todo naufragaba en la peor desolación, un trueno inesperado y furibundo hubo de brotar desde el vientre mismo de la montaña. Los ojos atónitos de los fiambalaos observaron estupefactos: el desfiladero hubo de abrirse de repente, en un mar de tierra, retama y vientos de mil memorias.

    Nadie lo dudaría jamás; sería ”Quyllur” quien seguramente les señalaría el pasaje en el cerro.

     Desde aquella noche, concluyentemente, nunca más se sabría de los fiambalaos. Porque ante los ojos de los conquistadores que llegaban como hormigas codiciosas, tres hijos de la tierra, vestidos de bravura y osadía, habrían de convertirse en piedra, por voluntad de La Pachamama.

   Ciertamente, quienes logren aventurarse entre los intrincados corredores (si Tupac y La Pacha lo permiten) aún pueden apreciar al valiente Sayani junto a Urpi, perpetuando el beso supremo de dos valientes amantes, con el guerrero Hakán a un costado.

  Como le dije, esta historia no es historia y, sin embargo, El Cañón del Indio existe, como los estoicos guardianes de los legendarios “fiambalaos”, cuya cimiente aún persiste entre aquellas montañas sagradas.

Glosario:

-Piamwallá: voz cacana (Lafone Quevedo). Significa “penetración a las altas cumbres”

– Batungasta o Watungasta: (Gunard Lange, 1889) y Lafone Quevedo (1890). Antigua ruina indígena ubicada al sur de Fiambalá, conocida también por haber sido escenario de una escalofriante matanza.

– Hakán (quechua): brillante, esplendoroso.

– Rumis (quechua): piedras, rocas.

– Sayani (quechua): Yo me mantengo en pie.

– Sinchi: jefe, caudillo, fuerte, valeroso. Dícese del jefe o cacique de un pueblo o comunidad.

– Urpi: (quechua): paloma

– Killay (quechua): mi lunita, hierro, metal, que tiene el color del hierro (nombre de bebé o pequeño)

– Wayra (quechua): viento, veloz como el viento.

– Antawara (quechua): estrella cobriza.

– Atuk (quechua): zorro, astuto como el zorro.

– Cusi (quechua): alegría.

-Suyana (quechua) esperanza.

– ¡Nuna Inti Pachamama! (quechua): invocación al espíritu del dios sol y la diosa tierra.

– Inti (quechua): sol, dios supremo de Los Incas.

– Tupac (quechua): y su variante tupak: realeza, noble, magnífico, brillante. Es un nombre usado por los líderes incas, se lo familiariza con la deidad.

– Quyllur (quechua): estrella, estrella del amanecer, lucero.

– Pachamama (quechua): el término Pachamama está formado por dos palabras de origen quechua: “pacha” que significa mundo, tiempo, universo y lugar; y “mama”, madre. La Pachamama es la diosa de la tierra, la que concibe, la que da vida, la madre protectora que protege, nutre y sustenta a los seres humanos. El primero de agosto es el día de La Pachamama, adoptado por todos los pueblos originarios de Sudamérica y se le rinde tributo.

    Un simple homenaje a los hijos de la tierra madre, La Pachamama, que aún resguarda a los pueblos eternizados en cada roca de las montañas y el verdor de nuestros valles; y perduran con sus tradiciones y costumbres mientras Huayra sopla fuerte en la cordillera andina; a veces vestido de blanco y otras, otras solo chifla de puro Zonda, junto al duende y al Ucumar,  a la luz mala y la mujer de blanco, y también al supremo Inti, padre de La Catamarca añeja, cuya raza, que no por vieja, se niega a ser olvidada, y pisoteada jamás.                                        

(Prof.escritor Guillermo Antonio Fernández-Fiambalá- Ctca)                          

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