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De California a los parques porteños: cómo es el deporte que combina meditación activa, equilibrio y fuerza

Su origen se atribuye a dos escaladores del valle de Yosemite, en California, Adán Grosowsky y Jeff Ellington, que a principios de la década de 1980 empezaron a caminar sobre cadenas flojas y cables en estacionamientos. Luego sumaron sus equipos de escalada para armar líneas y caminar sobre ellas. Así nació el slackline (cinta floja), y en poco tiempo, se expandió por el mundo. Basado en el equilibrio, es un deporte que consiste en permanecer en balance sobre una línea de polyester o nylon tensada entre dos puntos fijos, como árboles, columnas o fijaciones hechas en la piedra.

Dayana Pacheco es colombiana, tiene 30 años y hace 10 vive en Buenos Aires. En febrero del 2024 buscó un lugar donde pudiera hacer slackline y así se encontró con un instructor que da clases cerca de su casa, en los bosques de Palermo. Se animó a probar una clase y desde entonces, todos los domingos, a las 11, esta práctica es sagrada para ella.

“Hacer slack es como la vida: tienes que intentarlo, caer, levantarte, aprender, intentarlo nuevamente, arriesgarte, dar un paso, confiar, dar otro paso, disfrutarlo, jugar, seguir intentándolo, volver a caer, repetir», dice Dayana

“En el slack encontré mucho más que una actividad extrema. Es una disciplina que combina mucho de otras: un poco de meditación, yoga, estiramiento, mindfullnes, respiración, equilibrio, cardio y más”, cuenta Dayana. Y agrega: “Me encanta que me desafía a superar mis límites, a trabajar con mi conversación interna y ni hablar de todo lo que me hace trabajar mi cuerpo”.

Mantener el equilibrio requiere control del cuerpo y la respiración, y sobre todo evitar estar en tensión arriba de la cuerda. Involucra el cuerpo en su totalidad, y volver a subirse a la cinta después de cada caída es el gran desafío. Muchos lo describen como una práctica cercana a la meditación, ya que lleva a permanecer en el momento presente, aquí y ahora.

El slackline involucra el cuerpo en su totalidad, y volver a subirse a la cinta después de cada caída es el gran desafío

“El hecho de practicar la actividad al aire libre y en contacto con la naturaleza es de las cosas que más me llena; tocar el pasto con los pies descalzos, sentir los rayos del sol en la cara mientras camino por una cuerdas atada a dos árboles”, dice Dayana.

Pero, aunque suena muy bonito, no todo es color de rosa. “Hacer slack es como la vida: tienes que intentarlo, caer, levantarte, aprender, intentarlo nuevamente, arriesgarte, dar un paso, confiar, dar otro paso, disfrutarlo, jugar, seguir intentándolo, volver a caer, repetir. Por eso y más me gusta tanto entrenar arriba de la cinta”, sigue Dayana, sin disimular su entusiasmo.

En la Argentina no existe ningún slackpark o parque acondicionado especialmente para la práctica de este deporte. Por eso, suele hacerse en ambientes naturales como parques, playas o jardines, ya que es muy simple de instalar y solo se requiere de árboles o puntos fijos donde asegurar las cintas. Un programa muy entretenido para hacer en grupo.

«Lo que más me gusta es fluir con la cinta y mantenerme lo más posible caminando y concentrándome en la respiración. Es una meditación activa”, asegura Martín

Martín Sangougnet es licenciado en Alimentos, hace slack desde 2018 y actualmente dicta clases en el grupo Slackline Natural, que se reúne los domingos, de 11 a 13, cerca del Rosedal de Palermo. También practicó en otros lugares como Parque Saavedra y la costa del río, en Vicente López.

“Empecé a acompañar a un amigo que hacía, lo probé y me gustó. Si bien practiqué muchos deportes, este es el que más me motivó a la hora de estar ahí. Como todo, no es algo que se aprende de un día para otro, pero cualquier persona lo puede desarrollar. Lo que más me gusta es fluir con la cinta y mantenerme lo más posible caminando y concentrándome en la respiración. Es una meditación activa”, asegura Martín, que practica el slack en sus diferentes modalidades: highline (en altura), longline (línea larga); rodeo cinta corta sin tensión (una parabola) y trickline (con trucos).

Denisse Ocampo es instructora de slackline en La Plata. Empezó a practicar en 2018 y más tarde comenzó a dar clases a colaboración, con el fin de dar a conocer el deporte. “Lo que más me gusta del slackline es que siempre es distinto. Por más que siempre se use la misma cinta en el mismo lugar, hay pequeños factores como la tensión de la cinta, la altura y hasta el clima, que modifican el recorrido sobre la cinta. Cada paso es distinto al anterior y por ende, un pequeño logro. Es una disciplina que ayuda a amigarse con la frustración y te enseña que hay que intentar e intentar e intentar, que a veces lo incómodo es parte del proceso para disfrutar mejor los resultados”, apunta.

También destaca el sentido de comunidad, ya que se trata de un deporte donde el compañerismo para llevarlo adelante es clave. Como los equipos no son de tan fácil acceso, el compartir y confiar en los compañeros y compañeras, sobre todo cuando se practica en altura (por el tema de la seguridad), es fundamental. “Lo más lindo es que este sentido de comunidad se siente cuando conoces a otros grupos en otros lados que te reciben con la mejor para compartir y practicar el equilibrio sobre la cinta Además, el slackline es una práctica que suele darse en espacios públicos, eso hace que mucha gente se acerque por curiosidad y al verlo como ‘fácil’, se animan a probar subirse a la cinta, y darse cuenta que no es tan fácil”, sigue la instructora.

Más allá del equilibrio, la práctica del slackline está relacionada con aprender a manejar la frustración, conectar el cuerpo, estar presentes, despejar la mente, compartir y confiar en los pares, tener objetivos en común y superar obstáculos.

“Es una disciplina que te demuestra que a pesar de muchos factores no favorables, si se tiene la mente tranquila y un ambiente contenido, un simple paso puede llenarte de alegría. ¡Y eso lo podés transportar a todos los aspectos de la vida! Te motiva a querer seguir evolucionando en la práctica, a buscar más desafíos, cintas más largas, mayor altura, nuevos trucos… ¡Nunca te aburrís!”, asegura Denisse.

“El slack me motiva a desafiarme constantemente. No se trata de competir con los demás, sino con uno mismo. Si un día algo no va, puede ser porque uno no está bien, no está presente en el momento. Todo lo que te esté pasando, la cinta te lo va a devolver. Es buenísimo, porque te hace dar cuenta de un montón de cosas. Por ahí te estresás ante determinada situación, y está en vos parar y respirar profundo, para ver por donde volver a arrancar. Cuando uno encara la cinta, puede ir y tenerla re clara, y al otro día estar un poco más indeciso y se le complica más. Esto sucede muchísimo en el slakline, principalmente en lo que es la altura, pero también a nivel del piso”, concluye Martín.

En Buenos Aires hay comunidades de slackline consolidadas, como La Plata Slack, que entrenan en diferentes parques de la ciudad; West Side Slack, un grupo de Zona Oeste que se junta en El Floreal de Haedo, y algunas comunidades autoconvocadas que se reúnen en Palermo o el Parque Avellaneda. Entre todas, hace ocho meses crearon la Asociación de Slackline y Deportes de Equilibrismo de Buenos Aires.

Para aquellos interesados, en Buenos Aires hay algunas comunidades de slackline consolidadas, como Slackline.natural (@slackline.natural); La Plata Slack (@laplataslack), que entrenan en diferentes parques de la ciudad; West Side Slack (@westsideslack), un grupo de Zona Oeste que se junta en El Floreal de Haedo, y algunas comunidades auto convocadas que se reúnen en Palermo o el Parque Avellaneda. Entre todas, crearon la Asociación de Slackline y Deportes de Equilibrismo de Buenos Aires (@as.deba).

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