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Dos a duelo con poder prestado

Los números de la elección de este domingo fuerzan a los protagonistas a una revisión de rutinas, prejuicios y habilidades para mejorar su desempeño en las elecciones del 26 de octubre.

Buenos Aires es una provincia con la representación política alienada por la falta de vecindad entre los 17.523.996 habitantes que no han encontrado, desde hace 25 años, un vecino que asuma la gobernación. Los han tenido que importar desde la Capital Federal.

Estas elecciones hicieron descansar la puja en el nivel territorial, que es donde viven los ciudadanos. Para el peronismo era el peor escenario, ya que perdió 6 de las 9 elecciones parlamentarias de los últimos 42 años. Aun así, logró fragmentar a la oposición que pulverizó la capacidad de representación del no peronismo.

Esas disfunciones del sistema político se complementaron con la naturaleza vicaria de los contendientes. Milei y Kicillof son mandatarios delegados de dirigentes que no han podido presentarse a elecciones por sus bajas marcas de desprestigio.

Huecos de poder, exánimes ante la soledad y el aislamiento, les resulta difícil abordar con solvencia un futuro que exige a los gobiernos gestión, legitimidad y capacidad de crear certidumbre. Esa debilidad, de paso sanea el sistema al debilitar la fuerza de esa manipulación que es la polarización. El ciclo que viene es el de las terceras fuerzas.

Doble PASO, hacia adentro y hacia afuera

Las elecciones en Buenos Aires han actuado como una gran PASO, en el sentido de una encuesta masiva para el enfrentamiento final entre el peronismo y el no peronismo. Doble, porque resuelven posiciones hacia adentro de las dos fuerzas en las que se sindica la mayoría del electorado.

El peronismo logró validar la unidad entre las tribus para ir juntos a las urnas. El no peronismo se pulverizó y hay que leer el resultado a la luz de estas divisiones.

Hay distritos, como La Plata, adonde hubo 16 listas en el cuarto oscuro, la mayoría en representación del no peronismo. Esto significó una ventaja para Kicillof, que promovió, contra la opinión y el interés de Cristina de Kirchner, el desacople de las fechas electorales.

Florencio Randazzo en el Congreso. Su rebeldía en 2015 le costó una derrota al PJ en Provincia. Foto: Juano Tesone

Esa novedad en estas elecciones demostró que el cisma interno del PJ los debilitaba. A Cristina la hizo víctima de la desobediencia del gobernador, algo que ya había sufrido en 2015 con la rebeldía de Florencio Randazzo, que condujo al peronismo a la derrota en las presidenciales.

Esa derrota fue producto de la PASO Aníbal Fernández vs. Julián Domínguez, nacida de la negativa de Randazzo a aceptar ser candidato a gobernador en la lista de Scioli presidente.

Triunfo de los intendentes

La debilidad también afectó a Kicillof, que fue a las elecciones sin el respaldo partidario, salvo el de los intendentes, que promovieron la táctica del desdoblamiento que le permitió al peronismo enfrentar con sus recursos a una eventual alianza entre sus adversarios del PRO y la UCR, bajo el paraguas de La Libertad Avanza.

Esto hubiera ocurrido si la Provincia votaba en una sola fecha. El radicalismo pasa por su momento de máxima debilidad, al punto de que el 26 de octubre no habrá lista radical en las urnas para elegir diputados nacionales.

Un escándalo histórico para el partido del distrito donde nacieron la UCR, Yrigoyen y Alfonsín. Con el desdoblamiento, el radicalismo presentó listas de candidatos locales en la mayoría de los distritos.

Un distrito sin vecindad

La provincia de Buenos Aires agrega una enfermedad institucional crónica: la naturaleza artificial de su organización territorial. El desacople de las fechas electorales es un paso hacia la autonomía institucional. Estas elecciones alzaron a los intendentes como protagonistas en una contienda por el control de los concejos deliberantes, que son la sede del poder real.

Poner a las comunas en el centro del debate, sin embargo, expone otras inconsistencias, como la falta de autonomía de los municipios y su gran tamaño, que a menudo impide la «vecindad», fuente del sistema político. La falta de vecindad es tal que, desde hace décadas, la provincia de Buenos Aires no ha podido poner a un bonaerense como gobernador.

Carlos Ruckauf y Daniel Scioli, en una vieja foto cuando eran aliados del PJ. Otros dos gobernadores porteños de PBA.

Después de las gestiones de Alejandro Armendáriz, Antonio Cafiero y Eduardo Duhalde, todos los gobernadores vivieron en la Capital Federal. La provincia ha tenido que importar a Carlos Ruckauf, Felipe Solá, Daniel Scioli, María Eugenia Vidal y Axel Kicillof para que la gobiernen.

Según el constitucionalista Antonio María Hernández, la provincia de Buenos Aires es la que tiene más atraso institucional en materia de autonomía municipal y no cumple con el mandato de construir vida municipal.

Sin autonomía no hay carrera política

La reforma pendiente debe avanzar en la creación de una mayor cantidad de municipios, donde la vida vecinal y la diversidad antropológica estén contenidas. Sin autonomía municipal, no hay sistema republicano ni carrera política posible. Por eso hay que traerlos de afuera o bajarlos de la pantalla de TV.

Presidentes como Alfonsín y Duhalde nacieron a la vida pública como concejales de sus pueblos y recorrieron el cursus honorum hasta gobernar el país. No surgieron de estudios de publicidad o de gabinetes de marketing que los hicieron descender a los altos cargos que ocuparon desde un «paracaídas».

La reforma constitucional de 1994 le dio a la Ciudad de Buenos Aires una autonomía que permitió que tuviera vida política propia, no vicaria de la agenda nacional. Esta autonomía y la posibilidad de elegir a su propio gobernante le dieron vida política a la Ciudad, al punto de que proveyó a la mayoría de los presidentes que vinieron después de esa reforma.

Buenos Aires debería tener 1.000 municipios

Acentuar la autonomía y crear vecindad entre los ciudadanos requeriría que la provincia de Buenos Aires tuviera muchos más municipios con menos habitantes y con más vecindad.

Provincias como Córdoba y Santa Fe, que tienen una institucionalidad más avanzada, tienen muchos más municipios que Buenos Aires. Buenos Aires tiene 135, mientras que Córdoba tiene 427 y Santa Fe 365.

Según Hernández, por la cantidad de habitantes, Buenos Aires debería tener, al menos, 1.000 municipios. El extremo que señala como intolerable es que el partido de La Matanza contiene al menos 15 núcleos urbanos que podrían ser municipios.

«Hay que acabar con el municipio-partido», afirma, en referencia a que la existencia de un partido con un poder tan concentrado impide la vida política autónoma. Serían más municipios, divididos por su dimensión demográfica.

Un buen régimen municipal debe basarse en la diversidad y la asimetría que enriquezca las relaciones entre las personas, para cumplir con la finalidad de asegurar el interés público del conjunto, algo que es inabordable en municipios de 1.841.247 habitantes como La Matanza.

Este municipio contiene al menos 15 conglomerados que podrían tener autonomía municipal. Serían más municipios, divididos por su dimensión demográfica. Una reforma constitucional en la Provincia debe abordar la solución a esta enfermedad institucional que les impide a sus gobiernos avanzar, a pesar de la riqueza del territorio y el peso político que tiene en el conjunto de las provincias.

Es la provincia más grande y no ha podido liderar al resto en un proceso colectivo. Córdoba, la segunda en tamaño del país, tiene un diseño institucional que la ha convertido en líder de la liga de gobernadores en varios procesos. Se animó a pagar la reforma y a resolver la alineación del sistema municipal.

Faltan líderes

El resultado, desde cualquier ángulo que se lo analice, pone al desnudo la provisoriedad de los dos mandatarios que se apoderaron de la polarización, Milei y Kicillof, a quienes une la misma fragilidad política: los dos ejercen magistraturas como vicarios de padrinos que eludieron la competencia por el desprestigio que tienen en la sociedad.

Kicillof fue puesto por Cristina de Kirchner como gobernador, al amparo del verticalismo del PJ. También el «dedazo» puso a Milei donde está. Perteneció al peronismo bonaerense primero en el espacio sciolista (2015); después lo promovió Sergio Massa en 2023, en una jugada para dividir a Juntos por el Cambio.

Milei gobierna con funcionarios y programas de esta fuerza que recogió del suelo, cuando los candidatos que respaldó Mauricio Macri se quedaron fuera del balotaje. En este sentido, Milei y Kicillof están unidos en esa debilidad de quienes no han construido poder propio, una de las condiciones para convertir a un dirigente en un líder político.

Ninguno de los dos es líder; son residuos del desprestigio del peronismo que no pudo poner en carrera a Cristina de Kirchner, herida en su prestigio por la sucesión de causas judiciales que la llevaron a una condena, sumado al de Mauricio Macri, que también designó candidaturas al verse con las máximas marcas de desprestigio como dirigente.

Es la razón por la cual ni Kicillof ni Milei son líderes del sector al que le reclaman el voto. Mandan sobre una tribu de seguidores, pero no pueden contener a su contradicción interna. Un líder conduce al conjunto de los fieles, pero también conduce a su contradicción interna.

Riesgo país + Abstención

Los números de las elecciones del domingo, el resultado y el porcentaje de asistencia a las urnas, son la métrica de la debilidad y hay que cruzarlos con el riesgo país, que escaló a los 900 puntos a medida que avanzó la campaña electoral.

Es el resultado de la incertidumbre sobre el futuro que sienten los. El Gobierno inventó el riesgo «kuka» como su adversario final. Ese riesgo era en 2019 uno de los cuatro que identificó Macri como motivo de su fracaso. Los otros tres eran: el fly to quality de los fondos de países emergentes hacia la tasa alta que prometía Trump, la sequía y la causa cuadernos.

Milei solo identifica el riesgo «kuka». Admitirlo es reconocer la incapacidad de hacer política, porque vencer al adversario es la primera misión del político. Podría Macri no haber tenido sequía ni fuga de capitales a mercados financieros más rentables, o una causa cuadernos, pero debía vencer al peronismo kirchnerista. No lo logró en 2019.

El mismo drama tiene hoy Milei, que es otro mandatario de minoría, puesto por otros y que no construyó poder de abajo hacia arriba. Descendió sobre el trono en un paracaídas de oro.

El sistema republicano se basa en la construcción de poder desde la base de la sociedad, lo que lo diferencia de la tradición monárquica, que transmite poder desde la cúpula hacia abajo. Milei y Kicillof no llegaron a sus cargos por una construcción de poder con herramientas propias.

Una derrota para Cristina

El desdoblamiento es el golpe político más serio que ha sufrido Cristina en su carrera. Kicillof, apoyado por los intendentes, una etnia en la que el kirchnerismo nunca confió promovió el argumento de que el talón de Aquiles en la provincia de Buenos Aires fueron siempre las elecciones legislativas, de las cuales perdió 6 sobre un total de 9 que se hicieron desde 1983.

Aun en el momento de mayor fuerza de sus candidatos, perdió con la oposición. Hay cuatro ejemplos para demostrar que las legislativas han sido el «cementerio de elefantes» de las estrellas del peronismo en Buenos Aires:

En 1985, Antonio Cafiero, en su mejor momento, perdió con el radical Ernesto Figueras por 41,46% a 26,98%. En 1997, Hilda «Chiche» Duhalde, en el mejor momento de su marido, perdió con Graciela Fernández Meijide por 48,28% a 41,4%. En esa oportunidad, le preguntó un periodista a Chiche: “¿Hay una madre o un padre de la derrota?”. “Un padre”, respondió conyugalmente Chiche.

En 2009, Néstor Kirchner (acompañado de Daniel Scioli y Massa en un «dream team») perdió con Francisco de Narváez por 34,68% a 32,7%. En 2017, Cristina Fernández de Kirchner, jefa del peronismo, perdió con Esteban Bullrich por 41,35% a 37,3%.

El peronismo hizo las mejores elecciones de medio término en Buenos Aires después del fracaso del radicalismo en la gestión económica: después de Alfonsín en 1991, y después de De la Rúa en 2001.

Cristina, necesitada de una victoria que la reivindicara, se mantuvo antes del desacople como candidata a diputada nacional, y después de la separación de fechas como candidata provincial en la 3ª sección electoral. La confirmación de la condena la dejó fuera de juego. Nunca nadie perdió tanto ante tan poco.

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