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Algunas consideraciones sobre el Poncho

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Algo en qué pensar mientras lavamos los platos

Rodrigo L. Ovejero

Este viernes, como todos los años, me voy a tropezar con la Fiesta Nacional e Internacional del Poncho o, como la llamamos coloquialmente los catamarqueños, el Poncho –el uso del pronombre masculino marca, sin dudas, otro triunfo del patriarcado, que está intratable-. Me sorprendo con su regreso, siempre me parece escaso el tiempo entre una edición y la siguiente, me cuesta pensar que ha pasado un año.

Entre los catamarqueños el Poncho es más que una fiesta, es una seña de identidad tan grande que cumple varias funciones. En primer lugar, es una medida del tiempo que reemplaza al invierno, en Catamarca las cosas suceden antes del Poncho (junio), después del Poncho (agosto) o para la época del Poncho (julio).

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El Poncho es una entidad confusa, y conviene hacer una breve explicación de este concepto tan esquivo, de este caleidoscopio de relaciones humanas, para que el turista no caiga en confusiones que resientan su experiencia catamarqueña. El Poncho propiamente hablando es la feria de artesanías y comidas autóctonas, pero existen instalaciones aledañas que con el paso del tiempo se han convertido en tradición, y hoy son parte, sino del Poncho, al menos de su paisaje, como los juegos del Poncho, el Ponchito, los Ranchos del Poncho, el Poncho donde venden boludeces chinas y el Poncho donde venden camperas de cuero. Los límites son notorios para el catamarqueño, aunque el neófito los hallará difusos.

Por otra parte, también es parte del Poncho el espectáculo folclórico que tiene lugar en el escenario principal. Suerte de olimpo folclórico local, pisar dichas tablas equivalía otrora a ingresar a un estadio superior en la música folclórica autóctona, de tal modo que los artistas podían dividirse entre quienes habían pisado el escenario mayor del Poncho (profesionales de trayectoria, gente de bien) y quienes no habían alcanzado esa cima (amateurs, poco más que cantores de asados, borrachos empedernidos). Con el tiempo las presiones de este segundo grupo se hicieron tan fuertes que obligaron a la organización del Poncho a aceptar más números artísticos de los necesarios, a fin de que todos pudieran contar con la caricia al ego que significaba haber actuado en el escenario mayor de la provincia. Eso llevó a jornadas musicales maratónicas en las que el espectáculo empezaba a las tres de la tarde y terminaba a la cinco de la mañana, obligando al público más resistente a un verdadero tour de force folclórico. Una situación insostenible que, como su condición lo indica, no pudo sostenerse. En la actualidad se ha reducido la grilla artística principal para que el espectáculo tenga una duración sensata, y se ha acomodado a los náufragos resultantes en escenarios alternativos, diseminados a lo largo y ancho de todo el predio, que cuentan con la ventaja de poder ser ignorados por completo sin mayor esfuerzo.

En fin, explicar qué es el Poncho es medio imposible. Si tuviera que arriesgar una definición, diría que el Poncho es eso que se siente en el aire de Catamarca, para la época del Poncho.

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