lunes, 18 de agosto de 2025 01:19
El culto a la Pachamama es una de las tradiciones más antiguas y profundas de los pueblos originarios de los Andes. Su nombre proviene del quechua (la lengua de los Incas) y significa “Madre Tierra” o “Madre Universo”. Esa definición contiene toda una cosmovisión: la certeza de que la naturaleza es un ser vivo, sagrado y generador de vida, al que se le debe respeto y gratitud. Mucho antes de la llegada de los españoles, las comunidades agrícolas andinas comprendieron que el suelo no era solo un lugar donde sembrar, sino un organismo vivo del que dependía la supervivencia.
De allí nacieron las primeras ofrendas y ceremonias, gestos destinados a comunicarse con la Pachamama: agradecer las cosechas, pedir lluvia o resguardar el equilibrio entre las personas y la naturaleza. El ritual de la corpachada -enterrar alimentos, hojas de coca, bebidas o semillas en la “boca de la tierra”- es una de las prácticas más claras de ese vínculo. Con él se busca asegurar fertilidad, protección y bienestar para toda la comunidad. Y alrededor de ese gesto se tejían cantos, danzas y celebraciones que reforzaban la vida social y espiritual del grupo. Con la colonización, muchas de estas prácticas fueron reprimidas o debieron adaptarse para sobrevivir ante un cristianismo que imponía nuevos símbolos y creencias. Sin embargo, la veneración a la Pachamama no desapareció. Resistió en silencio, se mezcló y se mantuvo viva en la memoria de las comunidades andinas.
En la actualidad, el ritual es mucho más que un acto espiritual. Es un signo de identidad cultural, un emblema de resistencia y un recordatorio de que seguimos siendo parte de un todo que nos excede. La ceremonia es, además, profundamente inclusiva. Aunque suelen estar guiadas por sabios o chamanes, en la práctica convoca a todos. Esa diversidad le otorga fuerza, porque nos recuerda que la tierra no distingue jerarquías ni edades: simplemente nos une. Y en esa unión está la clave de su vigencia. Por eso, cada corpachada no es un ritual congelado en el pasado, sino una invitación a repensar nuestro presente. En tiempos donde el cambio climático y la explotación desmedida amenazan lo que parecía eterno, la voz de la Pachamama nos recuerda que la tierra es finita, y que cuidarla es también cuidar a quienes la habitan.