La hipótesis de que la conjura en su contra incluye el magnicidio era una vuelta de rosca previsible en la narrativa milenarista del enfrentamiento entre las Fuerzas del Cielo y el Mal encarnado en la casta que predica Javier Milei.
Acorralado por las infidencias del ex director de la Administración Nacional de Discapacidad Diego Spagnuolo, el líder libertario escala decididamente en el delirio mesiánico y extrema tal línea argumental para tratar de morigerar el impacto político del escándalo por las coimas en las compras de medicamentos “Karina 3%”, que a su vez ha desplazado a un segundo plano otro episodio más siniestro: el centenar de muertes provocadas por fentanilo contaminado que complica al ministro de Salud, Mario Iván Lugones.
La ministra de Seguridad Patricia Bullrich planteó primero una compleja trama de espionaje protagonizada por elementos de la inteligencia venezolana y rusa, la AFA de Carlos “Chiqui” Tapia y una red de periodistas venales articulados por el kirchnerismo.
Denunciar sin pruebas la amenaza de un magnicidio es una desmesura incluso en los extremados términos naturalizados por Milei Denunciar sin pruebas la amenaza de un magnicidio es una desmesura incluso en los extremados términos naturalizados por Milei
Las protestas de la Embajada rusa por verse implicada en el improbable complot y la carencia de pruebas indujeron un ajuste en el guión para circunscribir el elenco de villanos al kirchnerismo desesperado ante una inminente derrota en las elecciones provinciales de Buenos Aires y sus satélites mediáticos.
Sobre estos fantásticos ingredientes, el Presidente tendió la advertencia sobre las intenciones de asesinarlo que tendría el kirchnerismo en la primera entrevista concedida después del estallido del “Karinagate”.
“Es a todo o nada y eso implica desde tratar de destruir el programa económico en el Congreso, a hacer manifestaciones violentas en la calle o intentar matarme”, le dijo al escritor y comentarista Louis Sarkozy, hijo del ex presidente de Francia Nicolás Sarkozy, que lo entrevistó en la Casa Rosada para el programa “En Toute Liberté» (En Completa Libertad), de la cadena belga 21 News.
Que tamaña revelación haya tenido repercusiones nulas en el plano internacional es un fuerte indicio de desprestigio.
Un jefe de Estado, de celebridad global innegable, denuncia que sus antagonistas conspiran para eventualmente asesinarlo y a ningún líder del mundo se le mueve un pelo. Tampoco hubo mayores conmociones en la prensa extranjera.
Las intentonas del oficialismo para tratar de tapar el “Karinagate” se han estrellado contra un muro a cuya solidez el componente moral, muy importante, contribuye menos que las ridiculizaciones masivas.
Precariedades éticas al margen, lo que queda expuesto es una alarmante incompetencia política y funcional del oficialismo.
Con muy escasas excepciones, el equipo libertario se descubre como un rejunte de fanáticos, perturbados y logreros. Esto abre enormes interrogantes sobre su capacidad para detener y revertir un proceso de descomposición que conjuga su cada vez más pronunciado aislamiento político e institucional con internas rabiosas, expulsiones y deserciones que impregnan todo el cuadro con un inconveniente clima de cotolengo.
Lo más sólido que tiene la conspiración contra el Presidente es su carácter superfluo. La administración libertaria no necesita de la colaboración de sistemas de inteligencia enemigos para perjudicarse. El daño autoinfligido es lo que mejor le sale.
Los rasgos circenses del Presidente viajan hace bastante desde el pintoresquismo inicial hacia los síntomas de enajenación.
Denunciar la amenaza de un magnicidio sin la más mínima prueba es una irresponsabilidad mayúscula, incluso para los desmesurados extremos que Milei ha naturalizado. Erosiona la credibilidad del país y destruye la confianza de los inversores a la que con tanta intensidad se apela, mientras se fogonea la inestabilidad con disparates.