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La repetición de un modelo inviable

El Gobierno nacional insiste en presentar su programa económico como un camino hacia la estabilidad y el crecimiento. Sin embargo, los números muestran otra realidad: lejos de ser un plan sustentable, lo que sostiene hoy a la economía argentina es un endeudamiento permanente, cada vez más abultado y riesgoso.

De acuerdo con los últimos datos del INDEC, la deuda externa superó en el segundo trimestre de este año los u$s 300.000 millones, un récord histórico. Es importante aclarar que no se trata del total de la deuda pública, sino solo de la que corresponde a compromisos con acreedores del exterior. Este matiz es central porque revela la magnitud de la dependencia financiera respecto de prestamistas internacionales.

La experiencia demuestra que los dólares prestados se evaporan rápidamente, devorados por una estructura económica que los consume sin capacidad de reponerlos. La experiencia demuestra que los dólares prestados se evaporan rápidamente, devorados por una estructura económica que los consume sin capacidad de reponerlos.

El mecanismo no es nuevo. El actual proceso de endeudamiento es casi idéntico al que se verificó durante el gobierno de Mauricio Macri, cuando también Luis Caputo era ministro. En aquel momento, como ahora, la inversión se encontraba en niveles muy bajos y la ausencia de políticas estatales que estimularan la actividad económica derivaba en estancamiento o recesión. Frente a la falta de crecimiento genuino, la única salida fue recurrir al crédito externo para evitar un colapso inmediato.

Estamos, por lo tanto, ante la repetición de un patrón de dependencia financiera, con una economía que en lugar de generar los dólares que necesita a través de la exportación y la producción, los pide prestados, agravando el pasivo hasta límites que aparecen como impagables. Sin desarrollo económico interno, no hay salida posible de esa trampa.

Tanto durante la presidencia de Macri como ahora bajo la gestión de Javier Milei fue clave el apoyo del FMI articulado con la administración de Donald Trump, presidente entonces y también hoy. Ese financiamiento se presenta como respaldo a la “estabilidad macroeconómica”, pero la realidad es que la calma solo dura mientras ingresan los dólares frescos. La experiencia argentina demuestra que esas divisas se evaporan rápidamente, devoradas por una estructura económica que las consume sin capacidad de reponerlas. La consecuencia es inexorable: al poco tiempo, se necesitan nuevos créditos.

Además, conviene no perder de vista el componente político de esta ecuación. Tanto con Macri como con Milei, el respaldo del FMI y de Estados Unidos no tuvo como motivación principal tanto el fortalecimiento estructural de la economía argentina, como la conveniencia de que ambas gestiones pudieran llegar mejor posicionadas a las elecciones. Esa utilización del financiamiento como herramienta de apoyo político constituye una forma de injerencia que compromete la autonomía nacional, disfrazada de cooperación técnica.

El riesgo de este modelo es evidente. Una economía sostenida en el endeudamiento perpetuo no es una economía viable. La única salida real pasa por promover un desarrollo que genere los dólares que hacen falta, en lugar de pedirlos prestados a cambio de hipotecar el futuro. Sin esa transformación estructural, el país seguirá preso de un patrón de dependencia que ya ha demostrado ser insostenible.

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