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La historia de Liam Cunningham, el electricista que decidió ser actor de grande: brilló en «Game of Thrones» y, ahora, en «El problema de los tres cuerpos»

Nacido y criado en Dublín, Liam Cunningham habla en un torrente de conciencia que a menudo no tiene ni principio, ni medio, ni final discernibles. Habla con las manos y da golpecitos con los pies, salpica sus anécdotas con simpáticos comentarios y recupera el aliento sólo el tiempo suficiente como para dar una pitada a su cigarrillo electrónico de aroma inconfundible. No son muy populares en el estudio.

«Huelen como si tomaras el papel que viene con una camisa de la tintorería y lo pusieras sobre un quemador», dice D.B. Weiss, que, con su socio de producción David Benioff, le dio a Cunningham papeles selectos en Game of Thrones y ahora en El problema de los tres cuerpos, flamante estreno de Netflix, una embriagadora serie de ciencia ficción basada en una trilogía de novelas de la escritora china Liu Cixin.

En ella, Cunningham interpreta a Thomas Wade, un maestro del espionaje sin pelos en la lengua que lidera un equipo de físicos elegidos para salvar al mundo de una invasión alienígena muy lenta, pero siniestra. A diferencia de Davos Seaworth, el caballero emocionalmente vulnerable que Cunningham interpretó en Game of Thrones, Wade es rudo, belicoso y reservado, una enigmática figura de autoridad, cuya historia de fondo dejó incluso a Cunningham con preguntas.

«Se sabe muy poco de él, y todo el mundo que lo vio se pregunta: ´’¿Cuál es su historia?’», dijo Cunningham en el patio de un hotel de Austin durante el Festival de Cine South by Southwest, donde la serie tuvo su estreno mundial. «Tiene al secretario general de la ONU del otro lado del teléfono y la gente hace lo que él le dice, y uno se pregunta: ‘¿Quién le da esa autoridad?’. Y lo curioso es que nunca sentí la necesidad de hablar con los chicos -en relación a Weiss y Benioff, se entiende-, ellos nunca se ofrecieron y yo nunca pregunté, lo que probablemente no sea bueno decir, y probablemente debería decir a todo el mundo, es: ‘Lo sé todo sobre él, pero no se los voy a contar’«.

Respira. Resopla.

Cunningham entró a Cunningham entró a «GOT» en la segunda temporada: era Davos Seaworth, el caballero emocionalmente vulnerable que supo generar miles de fans.Cunningham, de 62 años, pelo rubio y ojos azules brillantes, llegó a la interpretación relativamente tarde. Trabajó como electricista hasta los 29 años, y pasó parte de su veintena en Zimbabue llevando electricidad a comunidades rurales. «¿Conoces la canción ‘Wichita Lineman’?», pregunta, refiriéndose al éxito country de los años ´60 de Glen Campbell. Ése era yo, pero en Zimbabue. Para un irlandés, un duende de piel pálida de Dublín, era alucinante». Durante un tiempo trabajó en un parque nacional, «del tamaño de Bélgica y con 16.000 elefantes».

Eso era nuevo y emocionante, y cuando regresó a Dublín y volvió a conducir de un trabajo a otro en una pequeña furgoneta amarilla, descubrió que extrañaba la carga de su vida en África. Siempre interesado por el cine y la televisión, vio un anuncio en el diario de una escuela de interpretación y pensó que podría dedicarse a un nuevo hobby. Cuando empezó a conseguir papeles en el teatro, comenzó a sentirlo más como una vocación. Se enamoró del proceso y de cómo alimentaba su sentido natural de la curiosidad.

«Era la resolución de problemas, el ‘¿cómo hacemos que esto funcione?’. Todo eso me parecía fascinante».

De electricista a estar bajo las luces de la escena

Entonces llegó el momento de darle la noticia a su familia. «Quiero a mi pobre mujer», dice. «Le dije: ‘Puede que pasemos hambre el resto de nuestras vidas: Estoy a punto de decir adiós a un trabajo bien pago, semigubernamental, en el que la única forma de que te despidan es si le disparas a alguien’. Y lo dejé».

Ella le dio su bendición. Luego se lo contó a su padre, un estibador de mentalidad práctica.

Cunningham no tardó en encontrar trabajo estable en cine y televisión, consiguiendo papeles en películas como Una princesita (1995), de Alfonso Cuarón, Jude (1996), de Michael Winterbottom, y junto a Cillian Murphy en El viento que acaricia el prado (2006), de Ken Loach.

Benioff y Weiss se enamoraron de Cunningham cuando lo vieron en Hunger (2008), la película de Steve McQueen sobre la huelga de hambre del mártir del Ejército Republicano Irlandés Bobby Sands. Les gustó especialmente una escena larga, rodada en gran parte en una toma continua, en la que un sacerdote interpretado por Cunningham intenta convencer a Sands de que ponga fin a su huelga.

En En «El problema de los tres cuerpos», Liam interpreta a Thomas Wade, un maestro del espionaje sin pelos en la lengua.«Fue una de las cosas más apasionantes que ninguno de nosotros había visto nunca antes», dijo Weiss, sentado junto a Benioff. Ellos incorporaron a Cunningham a Game of Thrones a partir de la segunda temporada, y Davos se convirtió en uno de los favoritos de los fans de esa serie.

Cuando los autores-productores volvieron a Cunningham para El problema de los tres cuerpos, estuvieron a punto de no contar con él. «Éramos como Dustin Hoffman al final de El graduado», como dijo Benioff, rogándole a Cunningham, que ya se había comprometido con una película, que se uniera a su proyecto.

«Recibí una llamada de Dave y Dan, que obviamente habían hecho sus averiguaciones», recuerda Cunningham. «Me dijeron: ‘No vas a ir con esos tipos, vas a venir con nosotros’. Y yo les dije: ‘Sí, de acuerdo, gracias’. Colgué el teléfono y, entonces, la parte profesional de mi cerebro se puso en marcha y pensé: ‘Eso fue un poco estúpido, esto podría ser una semana de trabajo o un par de días’. Ni siquiera les pregunté por el proyecto’».

Un gran contador de historias

Tal y como lo describen los colegas de Cunningham, contratar al actor no sólo significa conseguir un intérprete ferozmente concentrado cuando las cámaras están rodando. También obtienen un cuentista incansable para las horas muertas.

«Le encanta contar historias largas», dice Benioff. «La otra noche, estábamos tomando una copa y empezó a contar una historia sobre Tailandia. A mitad de camino se detuvo, nos miró y dijo: ‘¿Adónde quería llegar con esto?’. Y dijimos: ‘Perdió el hilo’.

«También hace un número con una servilleta, que Dan y yo tuvimos que ver».

¿Un acto con una servilleta? Sonaba intrigante.

«No voy a hacerlo», dijo Cunningham. «Es una de esas cosas para las que hay que tomarse unas copas. Es espantoso y dura 15 minutos«.

Jess Hong, que interpreta a la física Jin Cheng en la serie, comparte varias escenas con Cunningham, cuando Wade intenta convencer a Jin de que aporte sus habilidades a la lucha por salvar a la Tierra. Dice que el vigor de Cunningham también resulta útil cuando llega el momento de poner manos a la obra.

«Es increíble verlo trabajar porque, en cuanto filma la cámara, toda esa energía loca, casi infantil, se concentra en el objetivo«, dijo en una videollamada desde Londres, donde promocionaba la serie. «De camino al estudio, conversa en el coche sobre las decisiones que podría tomar, y cuando ensayamos conversa, intentando descubrir la mejor forma de colaborar. Ésos son siempre los momentos más gratificantes desde el punto de vista creativo, cuando tienes a alguien que realmente quiere llevar la obra a su máximo potencial«.

Apenas se animó a probarse como actor, consiguió trabajo en Apenas se animó a probarse como actor, consiguió trabajo en «Una princesita» (1995), película de Alfonso Cuarón.Pero Cunningham se muestra más intuitivo que sistemático, sobre todo a la hora de elegir papeles. «Intento no analizarlo demasiado porque te pones parámetros y, si lo analizas, tus parámetros se hacen un poco más pequeños cada vez», dice: «Empiezas a encontrar un nicho y eso implica repetición, y yo me aburro muy, muy fácilmente».

Uno tiene la sensación de que preferiría hablar de otra cosa que no fuera actuar. Por ejemplo, de parrilladas. Acababa de ir a una de las paradas más populares de Austin, y todavía estaba entusiasmado con la experiencia.

«Bajé a la sala donde cocinan y parece la sala de máquinas de un submarino», dice. «Y se nota que al jefe de cocina le encanta su trabajo. Fue genial verlo, el orgullo que sentía y cómo preparaban todo: seis horas para las costillas de cerdo, ocho horas para las de ternera y 12 horas para la falda. Lo hizo todo, fue muy entretenido. Olores deliciosos».

Va a salvar el mundo, pero primero probará las costillas. Y, por supuesto, le dirá lo buenas que están.

Fuente: The New York Times

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