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Diego Olivera: historia de una deuda de 3 mil dólares que lo llevó a convertirse en el rey de las telenovelas mexicanas

En 2006, de paso por Buenos Aires, el entonces ejecutivo de TV Azteca Martín Luna hacía zapping en un hotel porteño cuando se le apareció un morochazo cuyo magnetismo traspasaba el LED de su televisor. «Lo quiero en México», pensó y sin saber su nombre mandó a rastrearlo.

El morocho de halo misterioso, Diego Olivera, acababa de lucirse en castellano neutro en la producción de Telemundo Amarte así, Frijolito, que se filmaba en la Argentina. También grababa la telenovela Se dice amor. No pensaba más que en la reciente paternidad y en trabajar para pagar las cuentas en rojo cuando se le plantó el mexicano en el estudio de Martínez al grito de «¡Yo te haré una estrella de México!».

Diego se rió, agradeció, pero aclaró que no le interesaba. No imaginaba que lo de Luna era una profecía y que estaba a punto no sólo de emigrar, sino de cancelar en tiempo récord la deuda de 3 mil dólares de su tarjeta de crédito.

«No me movía un ápice ser estrella. Yo vine a México a laburar, a salvar una deuda», se sincera 18 años después Olivera, con más culebrones que años de emigrado.

Lo llevó hasta el norte la versión mexicana de Montecristo, el éxito con Pablo Echarri para el que Luna y necesitaba un «conde» contemporáneo para esa adaptación del libro de Alejandro Dumas. Una producción llevó a otra y a otra y a otra y cuando Diego se quiso acordar, ya era pieza fundamental de esa usina de romances y lágrimas televisadas.

Olivera en una de las grabaciones de telenovela.Olivera en una de las grabaciones de telenovela.«Me acuerdo que yo estaba almorzando con Gerardo Romano en el receso de la grabación. Me dice Quique Estevanez: ‘Venite que te quieren ver’. Yo creía que venían a visitar los estudios y nada más, hasta que llego y veo un chaparrito que me decía ‘te voy a convertir en una estrella en México’. Creía que el tipo estaba fumado», se tienta Olivera a 8 mil kilómetros. «Me dijo que se iba al Mundial de Alemania y pensé que todo quedaba en la nada, que era un lunático. Más tarde hubo una reunión en la vieja oficina de Telefe en la calle Pavón y, de común acuerdo, rompí el contrato con Telefe para firmar con Azteca».

-¿Cómo cancelaste la deuda?

-Viajé a México para la presentación de prensa unos días y estaba planeado que volvía a la Argentina por cinco días y enseguida volaba a México. Yo era muy ingenuo. Me llevan en auto al evento, abro el diario y veo mi cara. Recién ahí entendí la magnitud del proyecto. No era todavía época de métodos de pago online y tan fáciles como ahora y yo pensaba en que tenía que cancelar esa deuda. Pero me avisan que no puedo volver a la Argentina, que tenía que quedarme directamente para empezar el proyecto. Yo estaba desesperado: «¡Es que tengo que ir a pagar la tarjeta!».

-¿Y cómo termina el cuento?

-Luna pagó esos 3 mil dólares y me dijo «te los regalo». Así descubrí que había otro mundo posible. Lamentablemente es muy argentino contar el mango constantemente. Por un lado es importante no olvidarse eso, de dónde venís, y por otro no quedarse en ese recuerdo de la carencia.

«Me siento más inmigrante que antes», dice Diego desde México.

Seis meses en México, seis en Miami

Hace un año se mudó a un piso con vista al volcán Popocatepetl en el barrio Los Alpes de la Ciudad de México, a una altitud de 2300 metros. Ya naturaliza estar leyendo y repentinamente sentir temblores. Ahora es un experto en sismos trepidatorios y oscilatorios y teoriza sobre fallas y «caprichos geológicos».

Pero no todo son mareos, enchiladas, polución y rancheras en la vida de ese que hace más de 20 años se unió a Mónica Ayos. La pareja compró una casa en Miami Beach, a donde pasa la mitad del año, mientras no filma.

En rodaje. Olivera y su maratónica carrera mexicana.En rodaje. Olivera y su maratónica carrera mexicana.«Siempre pensamos en reinvertir y encontramos a poco más de dos horas lo que nos costaba encontrar en México, una vida caminable, sin tráfico ni tanta polución», se suelta y confiesa: «¿Sabés? Me está pasando que me siento más inmigrante que antes».

-¿Por qué?

-Supongo que es una cuestión de… ¿resistencia? Al principio me adapté muy rápido, mucho trabajo. Después fui descubriendo que hay una parte mía muy argentina, que no se va. Me cuesta más que antes en una novela hablar en neutro. Cuando sos inmigrante hay mucho mito alrededor. Acá terminás compitiendo con gente de todos lados, de España, de Cuba, de donde te imagines. Es una fábula eso de que el argentino corre con ventaja en la televisión mexicana.

-Estás dentro de una industria prolífica, pero también sos parte de un esquema rígido como el de la telenovela, un registro de actuación acartonado… ¿Eso puede ir en detrimento de tu carrera?

-Yo fui mutando con respecto al prejuicio que significa trabajar en una serie, en una película, en una novela. ¿Hay que ir por el naturalismo? Vamos. ¿Hay que ir por el costumbrismo? Vamos. Si por prejuicio yo le resto como actor consistencia a ese género, me tengo que dedicar a otra cosa. Creo que el problema no es la sobreactuación, sino el grado de verdad que se ponga. La telenovela no es sólo actuación, es cómo ponés la cámara y un montón de otras cosas. Y lo importante como actor es no prejuzgar el género sino ser cómplices de ese género. Y en definitiva, a lo mejor hay obras que no buscan calar tan hondo, a lo mejor pretenden sólo ser entretenimiento y basta.

Junto a su hija Victoria, que estudia actuación en Televisa. Junto a su hija Victoria, que estudia actuación en Televisa.

El Diego de la gente

Hijo de un cantante folklórico (Las voces blancas) y de una productora de TV que contó entre sus hitos la producción de ¡Grande, Pá!, Diego se crió los primeros seis años en Munro y más tarde la familia se mudó a San Cristóbal. Fue amigo de infancia del escritor Pedro Saborido, cursó el primario en el Gervasio Posadas de la Avenida San Juan y tuvo su primer protagónico actoral en tercer grado, en un acto escolar, como un particular Cristóbal Colón con calzas.

La maestra Beatriz advirtió que los Olivera -Federico y Diego- eran demasiado histriónicos y aconsejó a la madre del dúo dinámico mandarlos a estudiar teatro. Mamá Teresa tomó el consejo y los inscribió en la escuela de Alejandra Boero.

A los 12, Diego ya sabía lo que era plantarse en la sala Martín Coronado del San Martín. Después de un casting infantil, participó del elenco de Escenas de la calle, del estadounidense de Elmer Rice. Con el primer sueldo se compró una bicicleta plegable roja.

En su living en México, en el nuevo piso que compró y vive durante seis meses. Los otros seis los pasa en Miami. En su living en México, en el nuevo piso que compró y vive durante seis meses. Los otros seis los pasa en Miami. «Fue netamente lúdico, en ese momento de la vida uno no puede saber exactamente a qué se va a dedicar toda la vida y me volqué a la aventura», cuenta. «Hacíamos funciones de martes a domingos y yo iba al colegio y me quedaba dormido en el pupitre«.

Los faros de la industria mexicana no encandilaron la prehistoria laboral de Diego, que todavía se recuerda adolescente «sosteniendo luces de neón en cumpleaños de 15» como asistente del tío Eduardo. También fue volantero y cadete de una pyme de plásticos, tarea con la que se graduó de eximio conocedor de líneas de colectivo.

A los 18, a modo de asegurarse una profesión con ingreso mensual estable, se inscribió en Diseño gráfico en la UBA. Después de un año de CBC y dos de cursada de carrera, abandonó esas noches de composición visual sin computadora y pegado a mano. Prefirió enfocar la energía en las clases de teatro con Carlos Gandolfo, Héctor Bidonde, Agustín Alezzo.

La familia de Diego Olivera: Federico, Mónica Ayos y Victoria.La familia de Diego Olivera: Federico, Mónica Ayos y Victoria.Su desembarco en televisión se dio con Dos al toque, junto a Emilio Disi en los noventa. Su fama explotó unos años después, con el ciclo juvenil Montaña rusa, gran semillero de actores (Nancy Dupláa, Gastón Pauls, Malena Solda, Betina O’Connell y más). «Afortunadamente la fama me agarró bastante centrado y sabía por mamá que en la televisión después de una ola, todo baja».

-¿Imaginás cómo hubiera sido la vida sin ese mexicano que se obsesionó con llevarte?

-No. Como la ficción es inviable hoy, tal vez estaría haciendo teatro y viendo cómo sostenerme sin que se me caigan los anillos. Yo estoy instaladísimo, mis hijos Federico y Victoria también, quiero mucho a este país y agradezco las oportunidades, pero no sé lo que puede pasar en los próximos cinco años. No descarto una vuelta, como también sé que no necesariamente podría volver a Buenos Aires. Todavía fantaseo con vivir en medio de la naturaleza, San Martín de los Andes, por ejemplo. Uno ya empieza a pensar en qué entorno seguir su vejez. Vivir para laburar solamente es un embole.

Si alguna vez emprende el regreso definitivo a sus pagos, Diego extrañará esa gastronomía a la que ya acostumbró al paladar, los chilaques (tortillas) con salsa verde y un huevo estrellado, y la tlayuda (tortilla de maíz típica del estado de Oaxaca). A los 56 sus pasatiempos tienen que ver con viajar en moto, estudiar inglés «sin ninguna aspiración específica» y trabajar arduamente pectorales y bíceps en el gimnasio.

En 2006, en su primer trabajo mexicano (y su primer protagónico en ese país) en En 2006, en su primer trabajo mexicano (y su primer protagónico en ese país) en «Montecristo».Disciplinado, militante del hábito, recomienda el libro El hábito atómico, de James Clear. «Pienso mucho en el ejemplo de hacer la cama para poder volver a acostarse ordenadamente, o el ejemplo del libro que leés y guardás para volver a encontrarlo. En los jóvenes no se genera cierta disciplina, y por eso se lo remarco a mis hijos. También me sirve esa disciplina para mis personajes».

Desde aquel Olivera que apagaba incendios con el «plástico en llamas» a este fecundo actor que no hace más que ensanchar el currículum hubo en el camino un curso en la Bolsa de Valores de México que cambió, en parte, su percepción de la economía doméstica. Nociones de rentabilidad absoluta, rentabilidad acumulada, diversificación, volatilidad, todo ese manual básico al que debería poder acceder cualquier ciudadano. «Entendí que no era un conocimiento exclusivamente para ricos. Invertir, incluso en pequeños montos, no debería ser tabú».

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