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Algo en que pensar mientras lavamos los platos

Rodrigo L. Ovejero

Hace muchos años me senté delante de una computadora y pensé en una contraseña para mi cuenta de latinmail. Hasta entonces, las contraseñas habían sido para mí un juego, una diversión para jugar a los espías o compartir códigos secretos con mis amigos. Aquel día todavía no le daba la importancia necesaria, pero fue el primer paso de un camino que no ha hecho más que extenderse hasta el día de hoy, en el que tengo que llevar cabal registro de un sinfín de claves, y todos los años sumo alguna más.

Desde entonces no solo sigo sumando contraseñas, sino que cada vez atañen a cuestiones más importantes. Ahora gran parte de mi cotidianidad se resuelve con programas electrónicos que requieren acceso con clave. Debo recordarlas para poder usar mi correo electrónico, mi banco electrónico, mis cuentas de streaming, de sitios de compras, de redes sociales etc. Se han acumulado tantas que no he podido seguirles el ritmo. Al igual que Charly García hacía gala de su vanguardismo musical diciendo que mientras miraba las nuevas olas él ya era parte del mar, yo ya he superado la parte de olvidarme de las contraseñas y he empezado a olvidarme las nemotecnias que utilizaba para recordarlas. Es, si se quiere, un metaolvido, solo posible en estos tiempos de bastones virtuales sin los cuales no podemos caminar.

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Los próximos veinte o treinta años serán muy emocionantes, a medida que las primeras generaciones de humanos que manejan numerosas contraseñas se empiecen a acercar a las franjas etarias de la demencia senil y otros deterioros de la vejez, con todo el bagaje de claves que nuestros antepasados no necesitaron manejar. Por ponerlo en perspectiva, estimo que un ciudadano promedio, en la actualidad, necesita recordar tantas claves como un espía durante la guerra fría. Yo estoy tratando de anticiparme a esa debacle y por eso he vuelto a confiar en el poder y la solidez del lápiz y el papel. Por supuesto, ya he tomado la precaución de olvidarme, también, de la ubicación de estos escritos.

Para empeorar las cosas, uno no puede utilizar contraseñas simples, que son más fáciles de recordar. Uno trata de utilizar el nombre de su perro favorito, la fecha de cumpleaños de sus hijos, y se lo rechazan, y en lugar de eso le piden una combinación de letras, números, mayúsculas, minúsculas, símbolos etc. que no guardan ninguna conexión con nuestra memoria que facilite su recuerdo. Es absurdo, no tengo tanto interés, no necesito niveles de seguridad tan altos, solo quiero poder recordar las contraseñas sin necesidad de arriesgarme a un accidente cerebro vascular. No puedo creer tener que recordar una contraseña para todo, hasta para pagar las cosas tengo que recordar una, mientras que hace unos años solo sacaba la billetera del bolsillo y pagaba, tan sencillo como eso. Pero claro, había que complicarse con una contraseña más.

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